"Este relato lleva escrito varios meses, pero siempre que lo leo acaba sacándome una sonrisa. Hoy lo comparto con vosotros, para que os saque esa sonrisa de lunes de octubre, octubre loco. Espero que os guste".
-¿Qué hago, qué hago, qué hago, qué hago..?- repetía como un mantra una y otra vez. Estaba en el rellano de su casa, justo frente a la puerta de entrada, andando de un lado a otro y sin atreverse a entrar. Los ojos abiertos y la mirada en el suelo, ausente en sus pensamientos frenéticos. Nerviosa a más no poder, incontrolada, poseída, como nunca nadie había visto antes a Elisa.
De repente una risotada inmensa -¡Jaaa ja ja ja ja ja ja ja jaaaaaaaa… Al momento seria, otra vuelta más al rellano, llave en mano y mordiéndose las uñas tantísimo que ya no quedaba ni rastro del propósito de ese año de dejarlas crecer y llevarlas más cuidadas.
Y el caso es que nadie estaba en casa, nadie la esperaba allí. Sus padres estaban fuera y su hermana estaba de viaje, pero ella se resistía a entrar. No podía, literalmente, estaba paralizada por los nervios, por el aturullamiento de pensamientos que venían a su cabeza, le estaban abrumando, bloqueando, sacando de su interior lo que ella nunca había experimentado en 20 años de vida. ¿Qué estaba pasando?.
Esa no era Elisa. Elisa es una chica con mucho autocontrol, fuerte, decidida, con carácter. Ella sabe lo que quiere y lo consigue sin miramientos, y si no lo consigue es que en realidad no lo quiere -y punto-. Elisa es seria pero divertida, es, es, es… ¡Elisa se ha ido al traste!
Cuando ya no podía controlar tanta emoción en su cuerpo se puso a saltar todo lo alto que pudo, luego se agachó, se sentó en un escalón de la escalera, volvió a incorporarse y a saltar de nuevo. Se mordió el labio muy fuerte para contener la risa de nuevo. Se tiró de los pelos y apretó todos los músculos de su cuerpo durante un minuto, o dos, o tres… Y cuando ya no pudo más llamó por fin al hemisferio izquierdo para que reaccionara y pusiese fin a tanta locura, esto no podía soportarlo más.
Funcionó, no sin antes obligarse a respirar profundo durante más tiempo del normal para estas situaciones. Elisa se empezó a calmar, metió la llave en la cerradura y entró en casa. Dejó la mochila a un lado, se apoyó en la mesa de la cocina y sonrió, pero esta vez con un gesto tranquilo, relajado y ensoñador.
¡Qué beso! ¡Qué beso más bonito, más tierno, más inesperado!. Nunca jamás lo hubiese imaginado así, tan perfecto, tan suave, tan cierto… Fue química pura, en cuanto sus labios se rozaron estalló algo en su interior, algo muy superior a todo lo que ella había conocido antes, algo tan intenso, tan mágico… Fue maravilloso, grandioso, increíble.
Y en ese mismo instante, en ese mismo momento, pese a las dudas que invaden a las personas cuando besan por primera vez al que será el compañero de su vida, pese a los gritos de su lado racional que le obligaban a calmarse y a ir poco a poco para no sufrir -porque esto del amor es muy complicado, demasiado, y lo sabes-. Pese a todo eso, una luz en lo más hondó de su alma se iluminó con un pequeño tintineo. Y era algo muy ligero, algo muy sutil, una llamita casi imperceptible que Elisa podría haber pasado por alto sin problemas.
Pero ella sintió ese calor, esa paz, esa seguridad y esa certeza que sienten aquellos que han encontrado, por fin, a su alma gemela.