Reflexiones sobre el embarazo por una trimami

Reflexiones de una trimami a punto de explotar

Hoy os dejamos con una de las reflexiones sobre el tercer embarazo de nuestra compañera Ana, una trimami que nos cuenta su experiencia de una manera divertida y sin tapujos. En una era en la que parece que todo es alegría y no hay lugar para otras emociones menos comerciales, nos encontramos con este relato sobre el embarazo y sus consecuencias que te hará reir y -como dice ella- soltar lastre si también estás embarazada. No os lo perdáis.

Digamos que con tres experiencias de embarazo casi completas -estoy de 37 semanas del tercero- puedo opinar sobre los pros y contras del mismo ¿verdad?. Lo fundamental de este análisis del embarazo es que hay que partir de la base de que tiene dos caras -como todo en esta vida, la dualidad está presente-. Por un lado la cara emocional “qué bonito es engendrar vida”, y por otro lado la cara física “esto es una mierda” -y perdón por la expresión-.

En base a estos dos parámetros mi análisis de hoy destinado a liberar tensiones, va por el “lado oscuro”: estar embarazada es una mierda sí que libera tensiones, sí-. Realmente podría emplear términos mucho más soft, pero hoy estoy un poco extrema y me apetece decirlo así -caca, culo, pedo, pis-.

Cuando ya estás a punto de terminar el camino y puedes verlo todo con perspectiva te das cuenta de que has estado con el cuerpo machacado 9 meses, que se dice pronto. Los primeros cuatro meses has estado con una gastroenteritis permanente que, al no manifestarse con vómitos, se quedaba siempre en la terrible sensación de angustia constante. Para más INRI eres autónoma y no puedes -y en el fondo no quieres- dejar de trabajar ni un instante, y por si fuera poco todas las tardes a las 16:45 tienes a dos churumbelas preciosas que reclaman tu atención constante. Y tú te sientes miserable y te preguntas: -¿por qué los embarazos -o los míos propios- son así? ¿Por qué no puede ser un estado de gracia constante?-. Pues porque no, punto.

Pasan los cuatro meses de enfermedad permanente y llega la inyección de energía. Te sientes viva de nuevo, capaz de correr, saltar, hacer mil cosas a la vez… Es la energía de la maternidad en estado puro -esto sí que mola, y mucho-. Y una vez más el ying y el yang aparecen en tu vida de una manera aplastante, y es que en ese estado de fuerza “embaracil” desmedida empiezas a engordar considerablemente.

No es que te pongas hecha una vaca de repente, no, pero los vaqueros ya no te entran, los leggins ya no te sientan bien, las camisetas ajustadas muestran un barriga cervecera un tanto extraña… La gente que no sabe que estás embarazada te mira y piensa: -este verano Anita se ha pasado con los helados…-. Y tú lo sabes, sabes que lo está pensando, y si no lo pensará en 10 minutos, lo intuyes, lo percibes. En fin… Lo gracioso es que sí te has pasado con los helados, y con las patatitas fritas, y con los dulces en Navidad, y con muchas cosas, muchas, muchas.

*NdA: en el primer embarazo la barriga cervecera sin forma definida no sale tan pronto, más bien es en el segundo y tercer embarazo.

Ni que decir tiene que es ahora cuando empiezan todos aquellos síntomas que leías en revistas, blogs y libros de maternidad sobre el embarazo y que tú nunca tuviste. En el tercer embarazo se manifiestan: todos.

En mi caso ha sido una acumulación de síntomas malignos: en el primero apenas tuve unos pocos, en el segundo aparecieron las varices y los pies hinchados y en el tercero hay una fiesta en la que los anfitriones son doña Elefantiasis y don Braxton Hicks junto con todos los demás. Sólo puedo decir una cosa buena de mis embarazos a nivel físico, y es que yo no tengo estrías -menos mal-.

Cuando ya encaminas el último mes y tu ginecóloga te empieza a dejar caer que probablemente se pueda adelantar el parto tu cara se ilumina. Sí, ¿te imaginas no cumplir las 40 semanas?. Ahorrarte tres semanitas de ganar peso, de no poder atarte los zapatos, de no poder vestirte acorde a tu estilo, de no poder pasar por pasillos con una o dos personas porque no cabes… Y poder jugar en el suelo con tus hijas, poder ir por la calle a una marcha decente y sin tambalearte, sentir como el cuerpo vuelve a su lugar…

Y entonces caes en la cuenta de que tus dos hijas anteriores han estado en el horno hasta el último momento, que una hubo hasta que sacarla porque no le daba la gana salir. Te acuerdas de que tus retoñas nacen sanotas y grandotas, ¡como si tu midieses 1,70 vamos!. ¿Cómo puede ser que la más bajita de la familia saque a las niñas más grandes? ¡Esto es intolerable! ¿Quién se está riendo de mi ahí arriba?.

Así que aquí estoy, en la semana 37, escribiendo en mis incontables horas de desvelo nocturno, esperando a que mi querida tercera hija tenga a bien salir a descubrir el mundo antes de hora -que ya está bien hechita-. Y pensando que será mi último embarazo, que no echaré de menos casi nada -o nada- de la parte física del embarazo, que no necesito vivir la experiencia otra vez, que ya estoy satisfecha como parturienta -como madre me quedan muchas cosas que aprender-.

Pero ojo, que este post no quiere quitaros las ganas de ser madres, lo que quiere es ser realista y que una servidora se ría un poco de su situación personal. Ser madre es algo indescriptible y creo que de eso estamos todas seguras. Eso sí, primero hay que pasar por el proceso físico. Otro día os hablo del emocional.

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LifeStyle

23-05-2016

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